[Elena medel deja que la señalen] |
Sobre la superficie herida distribuía su relleno, con cuidado: las marcas de la muerte no deben infectarse.
Mientras, ella me hablaba. Yo aún era pequeña; había vuelto del colegio, preguntaba qué había de almorzar, relamía mis gracias y decía:
peces como los del verano. Por entonces hacía frío. Y al terminar de comer nos sentábamos juntas, veíamos la televisión juntas, respirábamos juntas cada tarde.
Vivir era costumbre de las dos,
y en verano me enfadaba al verla caminar
orilla arriba
orilla abajo:
yo me enfadaba porque temía perderla en una ola, o que se resfriase, o simplemente estar lejos de ella unos minutos.
Al volver, me sentaba en su hamaca y me ayudaba a limpiarme la arena de los pies, a buscar mis ceras en la bolsa, a despegarme la sal y las legañas.
El invierno es, ahora, amable en esta casa. Al entrar he querido encontrarte tranquila, repitiendo tus historias, sonriendo al recordar los buenos tiempos, como siempre, siguiendo las costumbres de mi infancia.
Pero ahora no estás. Las dos ya no vivimos, y el frío me agarra por la espalda y me golpea, recuerda tantas cosas que vuelvo a tener miedo,
y mis ojos
resbalan en mis manos
húmedos
como el pez del invierno.
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