Daisy Villalobos Leal (La Habana, Cuba, 1989). Poeta. Cursó la carrera de Bellas Artes en la Universidad de Vigo. Actualmente estudia el grado de psicología y trabaja como profesora de dibujo y pintura. Autora de tres publicados Pon labios en la hierba (Ed. Elvira), Los paisajes de tu mano izquierda (Ed. Olifante), prologado por el poeta y Premio Cervantes Caballero Bonald. Y Origen (Ed. Villalobo Serigrafía), prologado por el poeta y filósofo
Ignacio Gómez de Liaño.
Ha colaborado en las revistas poéticas El Alambique y Formas Difusas. Fue miembro del grupo literario "Formas Difusas" y participó en las tertulias del grupo de poesía "Encuentros del Círculo de Bellas Artes de Madrid" y del "Grupo Alambique". Ha realizado varios recitales individuales y colectivos en varias ciudades españolas. Actualmente reside en Vigo.
XV
Lo difícil es caminar sobre la tierra,
porque tu manera de andar es tu definición,
por eso eres sencillo en estatura: esa es tu herencia.
Como la sed tiene algo de agua.
Como un lugar que para recordar, hay que revivirlo.
Y tú estás allí, recién vivieviendo, para siempre.
Igual que la voz dura lo que se tarda en decir lo que se piensa.
Y puede ocurrir – y ocurre –
Que siempre es mejor lo que no se recuerda,
como los peces no dejan huellas en el agua.
Esos peces sin sombra.
Esos peces multitudinarios que no conocen el fuego.
Esos peces son la herencia del silencio
y no terminara nunca de nacer,
porque el olvido los hace de nuevo cada día,
como en el mar se repiten las olas, lluviamente, hacia la tarde.
En ellas se deshace el día de sus infinitas quemaduras,
de sus brazos morenos de estar sembrando al sol las nuevas aves.
Y estar allí tenía algo de incendio, algo como un llanto o como una llama,
era la luz del sol que se perdió en bicicleta por las calles de arriba.
Cuando se fue haciendo a lluvia,
y te quitaste los años que te faltaban para morir.
¡Esto es desnacer! No hay más.
De repente todo se hizo necesario,
tu sombra que llegó sin ti, como un poco de alegría inclina la mirada
de esos rostros que ya he tenido antes.
Y era como un poco de sol en la ventana.
En esa ventana donde, alguna vez,
vimos la mano del frío poner sobre el mar la primera hola.
Y nacimos después de aquel instante,
como un mismo aire respirado tantas veces en una sola habitación.
Como un mismo cielo que comparten días distintos.
Como la palabra "Luz" ilumina a quien la nombra,
hasta quemarse la boca con sus tres letras,
con sus tres letras, faroleantes y claras,
que se encienden, a veces, para siempre.
Sí, ahora recuerdo que estoy sentada.
Como un llanto largo que se llora en varios días,
en una mesa pequeña que duele, y es casi mía
porque se van llevando las sillas, una a una,
esas sillas que estaban negándose mientras yo las miraba.
Se las van llevando
igual que una burla lenta, espaciadora, interminablemente humana,
que nos recuerda que alguna vez hay que crecer.
Y que nacer es ir haciéndose mañana.
Y que morir es ir haciéndose hoy.
Como el agua en un vaso es una inundación pequeña,
porque se crece a morir,
vistiéndonos siempre como si fuésemos a llegar temprano a nuestro propio nacimiento.
Y es curioso,
a veces te pareces a tu nombre
como si fueses tú mismo, viviendo el cuerpo de otro.
Como una luna no se vive en varias noches
si no en un instante.
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