Raúl Díaz Rosales (Málaga, 1979). Doctor en Filología Hispánica (Universidad de Málaga, 2008), ha realizado estudios de postgrado de Traducción Literaria y Humanística y Edición. Ha
ejercido la docencia en las universidades de Málaga, Milán y Sevilla, donde
trabaja actualmente. Su primer poemario, Teoría de las grietas, obtuvo
el 1er Premio de Poesía de la Muestra Andaluza de Literatura Joven
Málaga Crea 2007 (Ayuntamiento de Málaga), posteriormente, publicó Elige tu último aniversario (2008). Con Ramón Díaz Guerrero, edita la serie de monografías de creación poética Catálogos
de Valverde 32 www.catalogosdevalverde32.es
Ha sido invitado a diversos recitales como Cosmopoética (Córdoba,
2007), 2º Recital Chilango Andaluz (Sevilla,
2008) o el encuentro bienal Nací el 21 en primavera. Encuentro internacional
con la poesía española (Bari, 2008-2014). Su obra poética ha sido recogida
en revistas de Álora la bien cercada,
Nadadora, El maquinista de la generación o Ex-libris, así como en diversas antologías como La dolce vita. Poesía y Cine. Antología (con 8 ½ trailers narrativos malagueños) de Francisco Ruiz Noguera o Y habré vivido. Poesía andaluza contemporánea de Jesús Aguado, Aurora Luque y José Antonio Mesa Toré.
Prepara actualmente un libro de poemas en prosa con el título provisional de El hombre en
equilibrio.
Tenías tanto miedo del silencio. No pensar en nada e
intimar con lo que aún no se ha creado. Yo quería cuidarte y escribía la
historia universal de la tristeza, al no saber de tu sonrisa ni los márgenes,
ni esa contradicción tan íntima que supone ser feliz estando vivos. «¿Cuánto te
gusta el sol?». «Solo me gusta».
Y era la tierra fértil y éramos semilla. Niños en un
tiempo sin tiempo. Un horizonte vertical que rendía fiel vasallaje al huerto, a
los prados verdes de juegos. Recuerda las tardes de la siembra, recoger el
trigo y la fe ciega en que habría días menos crueles. Intentas olvidarte ahora
del hambre, su persecución puntual de cada día era un rezo, como tantos, en la
aldea.
Nunca pudiste abrir contraventanas para que un sol
anémico impusiese algún resquicio de tibia esperanza. Y a veces al correr
reíamos para expulsar el miedo de las manos, del temblor a despertarnos.
Entonces, atravesados de repente por la vida (ese matojo inútil de hierba
seca), igual que nuestro aliento era vapor, nuestra alegría fue el eco del
silencio. «¿Y si no respondemos?». «Seguirán llamando».
Yo supe así de las coartadas de la ausencia, todas las
formas en que habita el desencanto. Era de noche y yo quería cuidarte.
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